miércoles, 6 de enero de 2016

Rozando la felicidad.

CHLOE.

 Después de todo, después, resulta que rozar la felicidad no era tan complicado. Bastaba con esperar a que todas las luces se apagaran, quedarse ciega y desnudar el corazón. Volverse del revés y detener el dolor, con la dignidad de quien sabe dejar atrás lo inservible, lo superfluo y entregarse al sencillo arte  de perder, como decía en uno de sus poemas, Elizabeth Bishop. “El arte de perder no es muy difícil: tantas cosas contienen el germen de la perdida, pero perderlas no es un desastre.” Y entonces se obra el prodigio y aparece el milagro de amar, amar a los tuyos, a los que se han ido, a los que están y a los que llegan. Amar plácidamente los recuerdos, instalarse en el bienestar de la memoria, sucumbir ante nacimiento de una nueva vida… y es ante esa nueva vida cuyos ojos me miran desde la profundidad de su espacio, cuando recupero el aliento y el angosto camino se convierte en instantes que brillan con luz propia, y ya apenas necesitas nada más que esa mirada, ese azul profundo que  hace brotar la luz, esas pequeñas manos, diáfanas y sin final que han de escribir futuros nutridos por pasados llenos de sabiduría. Ese es mi deseo y a ello, espero poder contribuir, construyendo estanterías donde pueda alojar sus primeros pasos, las huellas que le permitirán vivir en libertad y con estatura.  Mientras tanto, la alimentamos, la amamos, la hacemos cosquillas, nos volvemos niños, balbuceando con ella en su primer lenguaje e iluminamos su camino.